jueves, 24 de noviembre de 2011

BENDITA OSADÍA



BENDITA OSADÍA
Por Borja Pardo



El fútbol, opiáceo popular y eje vertebrador de emociones. Ciencia para unos, religión para otros. Narrado en prosa y enaltecido en verso. Ente hasta cierto punto abstracto que fascina a millones de personas en todo el planeta. Histeria colectiva, la cual, tomando un balón como excusa, hace aflorar tus miedos más ocultos y consigue recuperar tu niñez. Droga dura y sin cortar que genera dependencia y adicción.

Hablamos de un juego, un deporte al que con el paso de los años se le ha ido regalando el status de ciencia, religión y de modo de vida. Tan cierto como exagerado.

Es el circo de los romanos en pleno siglo XXI, un espectáculo global y popular que cada vez acapara más minutos de radio y televisión y al que diariamente se le dedican miles de columnas y artículos en diarios, blogs y webs como esta.

A ello hay que sumarle el auge espectacular que están experimentando las redes sociales, donde el fútbol, visto como concepto al por mayor o al detalle, monopoliza muchas veces los temas de actualidad y de debate dejando en un segundo plano todo lo demás. Algo seguramente injusto y que nos define como personas.

Vivimos en una sociedad donde la información y la opinión se han entrelazado haciendo muchas veces imposible discernir donde acaba una y donde empieza la otra. Esta situación le ha conferido una importancia cada vez mayor al análisis y a la opinión sobre cualquier tema en general, y en el fútbol en particular, donde todo se magnifica merced a las enormes plataformas de difusión existentes.

Las opiniones no cuestan dinero y además son nuestras. Esta obviedad es lo que a menudo las convierte en peligrosas.

Seamos francos y sinceros con nosotros mismos, interpretar el fútbol es como interpretar a una mujer. Todos nos vemos capaces de hacerlo, hasta que topas con la dura y amarga realidad. El fútbol -como la mujer- no podrá ser interpretado jamás con exactitud. Es un puzzle complejo, lleno de variables y detalles que se nos escapan. Se le escapa al niño que juega en el parque, al jubilado que presume de la antigüedad de su carnet de abonado, al camarero del bar de la esquina, y se le escapa también a los más reputados analistas del momento.
Estos últimos conocen más futbolistas, han visionado más partidos internacionales, y revisten sus argumentaciones con una buena oratoria y una estructuración de ideas más sólida -aunque hay de todo-, pero al final el análisis y la opinión es siempre pretenciosa por la naturaleza indomable del objeto analizado, el fútbol, ese rebelde sin causa que se apoya en el azar y en lo imprevisible para tirar por los suelos cualquier intento de domesticación.

Opinar de fútbol no deja de ser un intento casi desesperado de buscar la explicación racional a lo que nos remueve las emociones durante noventa minutos. Una vía de argumentar el magnetismo de lo imprevisible. Este es el primer error. El fútbol no es racional. No hablamos de física, matemáticas o química. Querer ponerle el lazo de la ciencia y el análisis metódico al fútbol es como pretender que el diablo venga a la misa de los domingos. Un imposible

Con más frecuencia de la debida nos creemos entrenadores y hacemos juicios de valor de jugadores y planteamientos tácticos desde el sofá de casa o un estudio de televisión,  sin conocer el método, el detalle y el contexto puntual del jugador y del vestuario. Método, detalle y contexto, tres pilares que muchas veces desconocemos, omitimos o minimizamos a la hora de lanzar ‘nuestras verdades absolutas’, unas ‘verdades’ de las cuales no solo no nos ruborizamos, sino que además de vez en cuando hasta presumimos.

Somos temerarios y osados en nuestro día a día. El fútbol no puede ser una excepción a nuestra naturaleza humana. El fútbol ha sido, es y será opinión, aunque esta sea discutible. Bendita osadía

1 comentario:

Aitor torres dijo...

ola k tal e leido tu ultima entrada y me aprece muy buena y que sepas que te seguir muy emnudo un saludo te espero por mis blogs