No habrá paz para los malvados
Borja Pardo
Borja Pardo
El fútbol, ese opio del pueblo, tan recurrente como cierto, generador constante de polémicas, humo y ruido para la alegría y alboroto de unas masas que ven al conglomerado de medios de comunicación como una variante actual de la arena del Coliseum romano, y a los periodistas de militancia activa como a sus nuevos gladiadores.
El fútbol, juego para unos y batalla para otros, deporte intenso que nos acompaña a lo largo de nuestras vidas y que genera unas cantidades ingentes de dinero, pasiones e intereses para todos aquellos que de manera directa o indirecta están relacionados con semejante espectáculo. El fútbol, como cualquier mecanismo complejo, tiene problemas y alguno de ellos son realmente graves. Seguramente uno de los más serios sea el trato dispensado a este deporte por ciertos medios de comunicación que utilizan como arma arrojadiza a una serie de malvados que ven el fútbol como un tablero de Risk en el que batallar y conquistar territorios. Soldaditos de plástico al servicio de terceros cuya arma es tan pequeña y a la vez tan grande como pueda ser una columna de un periódico, un plano más o menos prolongado de TV o un micrófono en hora punta. Malvados beligerantes que abogan por la confrontación y que ven el fútbol como un simple cuadrilátero virtual -o no tan virtual- en el que golpear bajo, una enorme piscina de fango en la que poder rebozarse con obscenidad y jugar con la mierda rentable que siempre genera mezclar fútbol y rivalidad, y llegado el caso, si es menester, tirar del recurrente hit que supone enlazar fútbol y política. El separar, el dividir y el confrontar como medio para ganar y defender la posición. Esa es la vía. Una vía que asumimos de forma cómplice.
No es un secreto decir que el dinero, la pasión y el interés difuso confluyen en la figura de estos villanos cuyo manual de actuación es claro y no admite titubeos ni medianías. Que hablen de uno, aunque sea mal. Generar contenido, la calidad es lo de menos. Cada vez es más frecuente ver la preocupante proliferación de ‘sicarios de palabras que no interesan’, ‘tertulianos de asador’, ‘bufones con bufanda’, 'mercenarios de la dialéctica' y ‘analfabetos venidos a más’. Un elenco de piezas y personajes que integran un sector importante, no el único -afortunadamente-, del periodismo deportivo español. Seguramente estos ejemplares sean una minoría, pero son los que mandan o los que la gente reconoce, y ahí radica el peligro.
Parece que el debate sosegado es para tibios y atormentados y se estila la difamación, el conflicto, la radiación que emana el ultra y sobre todo el grito, el grito como medio canalizador para anular la voz del rival, que al fin y al cabo no deja de ser el objetivo. Un ‘vale todo’ de sillas, micrófonos, pleitesías, despachos, servidumbres y postureos más o menos sentidos en el que no sobrevive el mejor, sobrevive el más canalla.
Esto se agudiza ahora, pero no es nuevo. Prensa, radio y TV viven desde hace años sometidos al share y al EGM, dos sistemas de medición tan tiranos como obsoletos. Una gran mentira que paradójicamente fue establecida como la vía pacificadora para regir y unificar los destinos de los diversos medios de comunicación. Fueron aceptados por todas las partes como el juez que daría la felicidad a unos y las miserias a otros. Las audiencias, los lectores y los oyentes mandan, determinan la publicidad y la publicidad determina el dinero, eso lleva de forma irremediable a que la cantidad prime sobre la calidad. Primero ruido, humo y estridencia para que la gente salga corriendo a la ventana y asome la cabeza para ver que ocurre, ya si eso, más tarde, veremos si metemos algo de calidad. Esa es la premisa, ese es el drama.
Yo no sé si otro periodismo es posible, seguramente sí, desde luego tengo claro que hay muchas webs y columnas de calidad, comentaristas y narradores excelsos, programas de televisión, radio, podcast, etc… de un nivel sublime más allá de la gente que los lea, vea y escuche y además me consta que hay muchísima gente, veteranos y noveles, de una valía y una categoría humana y profesional que merece que sigamos creyendo en que esta situación puede revertirse, y es que al final eres TÚ quien decide lo que quiere escuchar, ver y leer cada día. Es tu derecho y ese derecho te otorga un gran poder, el poder de elegir por la calidad y el debate sosegado. Solo así se puede cambiar el grito, el insulto y el canallismo por el tender la mano, el argumentar y el escuchar. Tú decides